lunes, 26 de agosto de 2019

Salir de la zona de confort, cuando ya no lo es hygge.

Hoy he visto en instagram una viñeta que me ha hecho ver las cosas de otra manera. Representaba un amplio tarro de cristal y en el fondo flotaba plácidamente un chico en una cantidad de agua que, al ponerse en pie, no le alcanzaba la cintura. Era la zona de confort. 

En el lado derecho había una escalera hecha con una sábana que te llevaba al borde del tarro. La zona de aprendizaje. 

Por último, una chica en el borde (zona de pánico) sentándose en una nube con la esperanza de alcanzar el arcoiris. Zona donde la magia sucede.

El personaje de la zona de confort estaba muy bien, muy a gusto. La experiencia debería ser para los que se ahogan en la botella, no para los que la disfutan.

La zona de aprendizaje es muy reducida y nada atractiva y la persona flotando en la nube no tiene ningún miedo, teniendo en cuenta lo irreal de flotar sin esfuerzo. Me gusta más la idea del hombrecillo que bate las alas probando sus fuerzas y gestionando sus posibilidades. 

Se ha manipulado tanto la palabra que queremos sacar a cualquiera de su seguridad con la promesa vanal de un proyecto sin pies ni cabeza. Cuando alguien salta debe hacerlo porque se siente mal en alguna de sus dimensiones humanas. Cualquier salto conlleva un esfuerzo, grande o pequeño, que hay que valorar.

Yo salí de la zona de confort, pero en cuando veo una hamaca, un libro y un refresco, que le den mucho hygge a los saltos cuánticos, que flotando se está muy bien. Aquí aprovechando.