Cuando el hombre creyó haber conquistado la tierra y empezó a pensar en la luna, la tierra le demostró lo frágil que es, lo poco necesario que resulta y casi que es un estorbo.
No somos los dueños, más bien los invitados que venían a pasar unos días y a los que casi hay que pedirles permiso. Y digo casi porque la naturaleza pasa de nosotros cuando hace temblar el suelo bajo nuestros pies.
Y lo peor es que nuestras sibaritas costumbres de más lejos, más raro nos llevan a costumbres como comer langosta o murciélago. A veces las condiciones de manipulación son salubles pero cuando rozan llo insaluble detonan pandemias que nos meten a todos las cabras en el corral. Después de dos años de incertidumbre siguen existiendo las mismas supersticiones y las mismas costumbres.
Además, por si la naturaleza por si sola no fuese suficientemente eficiente, le ha demostrado a los que gobiernan lo que pasaría en caso de una guerra biológica. Lejos de llevarse las manos a la cara horrorizados, se las frotan porque pueden controlarnos.
El virus pasará pero el miedo ha venido a quedarse. La incertidumbre se convierte en un ladrillo estresante que tendremos que combatir con resiliencia.