No pasamos demasiado tiempo en Bergamo. El avión salía tarde y teníamos tiempo para una vuelta.
El taxista que nos llevó, del aeropuerto a la ciudad, nos aconsejó la parte alta y nos dejó en la estación del tren cremallera.
Lo que más llama la atención cuando sales de la miniestación es la polenta, en repostería, helados y restaurantes. Y luego algo que me impresionó personalmente, los escenarios propios de las tragicomedias de Shakespeare. Bergamo no te deja indiferente.
Es una ciudad partida en dos, una en el llano, nueva y vital, y otra arriba con muchas localizaciones de distintas épocas y clases sociales.
Comimos en un restaurante minúsculo. A destacar que todo estaba buenísimo con tomate, parmesano y cómo no polenta. Que el servicio fue bueno y que "flipamos" un poco con un aseo japonés antiguo- si, un agujero en el suelo-. Estaba en la Plazza Vechia.
Todavía sueño que me pierdo entre las callejuelas, entrando por puertas de madera y atravesando salas para volver a salir por arcos de piedra.
No me importaría volver y quedarme algunos días. Cerca está el balneario de aguas carbonatadas San Pellegrino. Un hygge rest no estaría mal.
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