jueves, 23 de noviembre de 2017

Estuvimos allí: Balcón de los Pirineos.

Desde aquí obsevaron, hace siglos, los portadores de Grial, los Pirineos.  Con los pies enredados en marañas de ortigas, avanzando lentamente, llegaron a sentirse seguros. Lejos de los enemigos de la cristiandad, el Grial fue recibido en San Juan de la Peña mientras terminaban la catedral de Jaca, sin muchas prisas porque el peligro acechaba allá abajo.

San Juan no existe hasta que estás delante. Es un escondite perfecto, camuflado en la roca. Es un lugar telúrico, donde la energía se concentra y se convocan desde antaño  los espíritus de la Madre Tierra. Todavia hoy se puede ver fluir el Agua de la Vida en su interior, como si de el útero de Gea se abriese para crear vida, nutrirla y acogerla de nuevo. 

Cuando estás en un lugar y sientes que perteneces a ese lugar, todo el tiempo que pasas allí te parece poco, porque es el que llena el espíritu. Todo el tiempo que permaneces alejado te va agotando. Cada vez que viajo al sur, profundizan mis raíces, cuando voy al norte, crezco, como árbol vestido con nueva hoja.

Esa confortable sensación de estar en casa es lo que convierte las estancias en el camino del Grial en mi experiencia más hygge. ¿Cuál es la tuya?

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