lunes, 8 de febrero de 2021

Nos podamos, nos podemos.


El atardecer del sábado me pilló en el olivar, entre ramas podadas y un perfil cambiado del pueblo del que ya os hablaré. 

Esta tarde tocaba poda y me planteé cómo podríamos hacer eso mismo nosotros con nuestros hábitos, ideas preconcevidas, rencores, lastres... Todo aquello que nos pesa y no nos deja dar fruto nuevo ni en abundancia. Ojo que a veces esas ramas nos hacen felices, pero necesitamos que alguien nos visualice sin ellas para darnos cuenta de que podemos estar mejor sin su carga emocional. 

Podamos las ramas secas, nuestros aprendizajes viejos;  las ramas que van hacia dentro, nuestros temores y los palos que salen rectos hacia el cielo, porque solo dan fruto en la punta y el aire lo tira, porque carece del refugio de las demás ramas. Dejamos alguna baja que sale por debajo de las principales por si acaso algún día nos reinventamos y tenemos que podar ramas principales de sustento.

La vida está en constante cambio, y si no ayudamos a que se produzca, si nos inmovilizamos, nos petrificamos, nos enamoramos de nuestra agreste maraña de pensamientos, perdemos de vista lo esencial y acabamos suponiendo un lastre para nuestra propia evolución y nos quebramos. No es malo, es otra forma de proceder, se llama autopoda pero tenemos que aceptar que si no nos entra la luz, si no dejamos espacio para la creatividad, no daremos todo nuestro rendimiento y llegaremos alto, pero vacíos. 

La poda no asegura que seamos más productivos o que no nos rompamos, el tiempo y las circunstancias también influyen pero cuanto más ligeros nos pensamos, cuanto más renovados, tanto más preparados estamos para recomponernos.

Así de filosófica se puede estar si te podas el móvil, las tareas de casa, las lecturas, las películas, el sofá y sales a disfrutar un atardecer fresco, dedicándote a los demás, abrazando los árboles, dando apoyo al podador. Luego fuego en el hogar y una cena en casa, que de momento es lo único que nos dejan. 

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