martes, 21 de febrero de 2017

Educar en el bienestar psicológico.

El hygge habla de disfrutar de las pequeñas cosas, de encontrar el bienestar en unas galletas y café compartidas con buenos amigos junto a un fuego cálido o bajo la luz de unas velas. Pero detrás de ese momento en que abrimos nuestro espacio privado o compartimos nuestro tiempo hay  bienestar psicológico que tiene en cuenta seis dimensiones, autoaceptación, relaciones, metas, crecimiento personal, autonomía y el dominio del entorno, dimensiones que se entrelazan conformando una actitud vital no despreciable.
Si tuviésemos una alta autoaceptación nos sentiríamos más seguros, al ganar en seguridad no tendríamos dificultad en establecer relaciones positivas y  no aceptaríamos relaciones negativas como solución a una soledad no elegida. Si estuviéramos seguros podríamos lanzarnos en pos de un propósito, marcarnos metas, sentir que vamos hacia alguna parte y dedicar tiempo al crecimiento personal sin temer el juicio para continuar teniendo un buen concepto de nosotros mismos y rodearnos de personas que nos ayudarían a crecer en la dirección en que en cada momento pensamos mejor para nuestras circunstancias. Nos alejaría de la monotonía y el aburrimiento, nos llevaría a explorar y desarrollar nuestro potencial. Así llegaríamos a poder elegir por nosotros mismos, tomar nuestras decisiones, nos autoafirmaríamos, mantendríamos nuestra independencia y nuestras convicciones. Saber decir que no a la presión social y ser capaz de establecer prioridades. En último lugar pero no lo último es el dominio del entorno para ser capaz de manejar las exigencias-resiliencia- y las oportunidades-supervivencia. Y es aquí donde aparece el hygge ambiental, cuando somos capaces de escoger entornos que encajen con nuestras necesidades personales y valores.
Nadie quiere sentirse inseguro, aceptando compañías que nos someten a su voluntad sin dejarnos espacio para crecer y desarrollar ideas propias, haciéndonos dependientes económica y/o emocionalmente. Nos hacemos volubles a las exigencias laborales o sociales por temor a perder el espejismo de seguridad que nos ofrece lo material, nos incapacita para priorizar y dejamos de tener  control o perspectiva sobre las oportunidades siempre dispuestos a aceptar las ideas de los demás como más válidas que las nuestras, sin capacidad para manejarnos con los problemas del día a día, con miedo a cambiar  el entorno o establecer prioridades.
Educar con perspectiva al bienestar psicológico es enriquecedor para el educando y para el educador. Es fácil saber dónde queremos estar, cómo nos queremos sentir, qué emociones queremos que predominen en nuestro día a día. Y es frente al positivismo que vive la comunidad americana o parte de la europea, que aparece la equilibrada japonesa, donde la felicidad se establece en base a un equilibrio de emociones positivas y negativas porque, en definitiva, nos conforman las dos y es más saludable aprender a vivir con ambas que tratar de someter siempre unas a otras o lo que es peor ocultarlas. 
Así que mientras nos tomamos algo caliente bajo la manta y mientras vemos un programa de encogimiento neuronal, dejamos que fluya el hygge y nos lleve a esa sensación de bienestar que acuna la sobrecarga emocional del día a día.

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