jueves, 28 de septiembre de 2017

Escaparate virtual o emocional.

Vivimos en un escaparate virtual, nuestro día a día aparece en Instagram, Facebook, twitter... Lo que somos, hacemos, pensamos, lo que nos emociona, lo que soñamos...

Compramos moda, libros, cine en la red. A mi, sinceramente, no me preocupa la huella ecológica que estoy dejando, porque trato de minimizarla, pero ¿cómo podemos minimizar la huella digital?

Recuerdo, como si fuera ayer, la noche de hace 20 años viendo un programa de televisión donde nos advertían de que llegaría el momento en que la tele sería a la carta, al principio pagarías por ella, luego sólo tendrías que decidir que publicidad querías ver y podrías disfrutar gratuitamente de sesiones de cine maratonianas o documentales... Ni se les pasó por la cabeza los youtubers, ni los vloguer que se han comido una importante cuota de mercado.

Hemos aprendido a mirar a otro lado y a aceptar que la conectividad tiene un precio, pero queremos poder decidir qué es lo que se sabe y quién. Pero las paredes de nuestra red son muy finas y tienen un aislamiento muy pobre o nulo, así que los vecinos se nos cuelan por las windows y la intimidad desaparece igual que cuando el vecino empieza a colgar cuadros en la pared de separación de los pisos y el comedor se convierte en un altavoz.

Mostramos ventanas decoradas, pero quédate con eso como hacen los nórdicos y no trates de ver lo que pasa detrás,  pero no todos somos así. La intimidad va a convertirse en un valor muy preciado en breve. Mientras podamos, disfrutaremos de la que nos queda y hoy no diremos que hay en la taza. Hyggelig intimidad.


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