domingo, 29 de octubre de 2017

La virtud de la paciencia

En mi entorno tengo ocasión de ver la paciencia que se gastan mis compañeros con los niños, los padres con los hijos, los abuelos con los nietos, los alumnos mayores con los más pequeños... Pero como cambian las cosas cuando es entre iguales. 

Me gustaría que todos fueramos  capaces de tratar a los iguales con la misma paciencia que  a los niños.

Ser compañero no significa pensar lo mismo, ni hacer las cosas de la misma manera. La diferencia nos enriquece pero eso solo queda bien en los carteles, luego no se vive y cuando más se defiende la gestión de las emociones, peor uso se hace de ellas.

Los alumnos exigen una premura a sus compañeros pero esperan horas a que los alumnos de primaria se decidan a leer una palabra. Hay que llamarles la atención sobre el acto paciente.

Los abuelos, que pueden pasar horas con la cuchara en la mano esperando a que el pequeño habra la boca,  pierden el oremus cuando tardas cinco minutos en abrir la puerta para que recojan a sus nietos.

Y luego está la madre que se exaspera porque el niño quiere algo y le increpa sobre su poca paciencia o falta de ella y se salta una cola de niños para que la atiendan la primera, a gritos, y con palabras que nadie debería oir, enseñando a su hijo, de primera mano, cómo se hacen las cosas.

¿Cuál es el modelo que proporcionamos? La paciencia no es un valor en alza, todo tiene que ser ahora y para ya. No estamos enseñando si pedimos pero no damos. Los niños tiene capacidad para entender lo que decimos y hacen una interpretación bastante literal de lo que ven, y en esta sociedad visual van a tender a copiar lo que ven y no lo que les decimos.

Así que vamos a practicar la paciencia y a sonreir cuando creamos que la vamos a perder en vez de ponernos a gritar. 

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