lunes, 11 de marzo de 2019

Hygge desde las alturas para los que van a pie.

Hoy ha sido uno de esos días en que te gustaría estar sentado en el techo del Duomo de Milan, a medio camino entre el cielo y la tierra. ¿A qué se debe tan bizarro deseo? Al estrés, obviamente.

Y es que hoy ha sido uno de esos días torcidos, amenazando convertirse en retorcido, pero que al final ha aguantado el tipo y me ha dejado respirar.

Alguien se sorprendió al conocerme, de que llevase una vida 'tan poco hygge', y tuve que explicarle que precisamente el hygge se manifiesta en plenitud cuando más angustiosa ha sido la jornada. Un jubilado puede fluir con el hygge, pero una persona inmersa en la vida laboral, con cargas familiares y responsabilidades necesita experimentar ese flow con más urgencia.

Buscar el confortable hueco en el sofá, la manta cálida, los calcetines de lana, el libro, la bebida caliente, contribuyen a desconectar de la incómoda silla del trabajo, del ir de acá para allá, del ruido incoherente e innecesario, del café de máquina... Si yo fuese una persona ajena al estrés y a las preocupaciones no me hubiese preocupado en generar el espacio de bienestar en mi jornada. Cierto que no me levanto deseando tener un Ferrari pero tampoco voy a trabajar en bicicleta. Hay que adaptar a las características de la actividad de cada uno el tipo de hygge que necesitaremos, bien refugiándonos en casa o saliendo a dar un  paseo, o a tomar el sol. 

Estoy aprendiendo a escuchar activamente, silenciando mi máquina de 'pensar sin parar' y haciendo espacio en mí para albergar el discurso del otro. Estoy aprendiendo a parar y a ir más despacio. Estoy aprendiendo a ampliar los espacios hygge a lo largo del día. Pero eso no va a hacer que desaparezca el estrés, las preocupaciones o las responsabilidades solo ayudará a lidiar con ellas,... o no. Pero iremos aprendiendo. Mucho hygge. 




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