lunes, 23 de marzo de 2020

COVID y hygge.

El temor y a veces la paranoia se ha apoderado de nuestro entorno. Hay desconfianza y miedo. Es un momento extremo en el que hay que tomar medidas extremas para no tomar medidas existenciales. Pero también hay que conservar la calma porque el miedo es contagioso y entraña peligros de orden físico y mental.

Va a cambiar nuestra forma de hacer las cosas y tal vez la conciliación nos aporte una perspectiva más racional de lo que realmente importa.

De momento vemos a los solidarios haciéndose cargo de peques, vigilando por los sanitarios, retando a los 21 días sin salir...

Tal vez ahora sea el momento de disfrutar de las cosas pequeñas, con un humificador lleno de ravintzara, algo caliente, un buen fuego en la chimenea y todos en casa, cada uno a su aire pero en relajado impás. 

Esperemos tiempos mejores.

Y hasta aquí el primer día de confinamiento.

 Después de una semana la realidad es diferente. Las familias están agobiadas por el cambio drástico de rutinas, con los niños en casa, los maestros obsesionados por hacer llegar temario, el libro que se quedó en el cole, el saqueo de papel higiénico, el horario de aplausos, el pataleo a cacerola limpia.... No ha habido tiempo para pensar, ni para aceptar. Hay caos en cada parte de la casa y de pronto todo nuestro mundo está patas arriba, a menos que seas una persona tremendamente casera y disfrutes leyendo, cocinando o viendo series... Si tus hijos son otaku o gamer te harán palmas las orejas y si además tienes balcón...

Estoy con los que creen que algo tiene que cambiar después de esta experiencia pero ahora estamos de duelo, duelo por la muerte de nuestras rutinas, de nuestras espectativas a corto plazo, de nuestros congéneres.

"Nadie es una isla, completo en sí mismo, la muerte de cualquier hombre me disminuye, así que no hagas preguntar por quién doblan las campanas, doblar por tí." 

Mañana será otro día. 

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