lunes, 9 de marzo de 2020

Feliz pero no siempre.


Estoy reescribiendo este post después de que una penosa maniobra con el móvil borrara el que, posiblemente, fuera el mejor post desde hacía mucho tiempo. En otra ocasión me hubiera enfurecido, obsesionado o apenado, o todo a la vez. Pero después de escribirlo experimenté una catarsis que me llevó a anotar rápidamente lo que era más interesante y recordaba y a dejar para hoy, en un momento de menos estrés post traumático, el volver a rehacerlo.

Empezaba explicando que había leído que se estaba tratando la felicidad como un hecho científico, tratando de trazar los patrones repetibles para reproducirla y tropecé con Tal Ben-Shehar, muy preocupado por este tema y que apuntaba algo que merecía parar a reflexionar. E hice bien. Según él, paramos poco a disfrutar. Mindfulness for ever.

Parece ser que su infancia no fue muy feliz sin un motivo aparente y había constatado que hay un alto componente de genética en la capacidad de cualquier persona para ser positivo, concretamente un 50%. Un 40% depende de nuestras decisiones y un 10 % del entorno, a menos que se dé una situación extrema como un desastre natural o un conflicto bélico, que alteraría todos los porcentajes.

No podemos actuar sobre la genética y podemos mejorar con talento, esfuerzo o suerte el entorno. Así que lo que nos queda para trabajar es cómo tomamos nuestras decisiones. Según indica la felicidad está en la intersección entre el placer y el sentido, aplicable a cualquier actividad.

A todos se nos asignan tareas en el trabajo, algunas no son ni significativas ni agradables, de serlo para nosotros, nos convertimos en 'sujetos' más productivos y más creativos, por supuesto más positivos.

También es aplicable a las tareas domésticas o a cualquier otra actividad. Pero como padres estamos tan obsesionados por la felicidad de nuestros hijos que además de ocultar la genética y brindarles un mundo sin problemas, lo más cómodo posible, obviamos que si su genética es la que es, nos estamos dando con un canto en los dientes. Estamos generando expectativas de felicidad y de éxito que le van a hacer sentir más miserable, porque no hay nada peor que no entender que no podemos ser siempre felices, ni nosotros ni ellos. Si tenemos que actuar de alguna manera es sobre el aprendizaje en la toma de decisiones y resolución de problemas, que no debemos hacer nosotros por ellos. Enseñarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos a Para y Reflexionar, debería ser un ejercicio más importante que el físico o un hábito tan productivo o más que lavarse los dientes. Mindfulness again.

Y aquí es donde iría la lapidaria conclusión que se perdió anoche, pero creo que podemos alcanzar cada uno nuestra propia conclusión. Parar, tomar decisiones con sentido y placenteras, sin expectativas y estar preparados para recargar pilas con los momentos de felicidad que nos ofrezca la vida. No te enfades si has preparado cena y un cuarto de hora antes alguien se está comiendo un yogurt con galletas, a lo mejor el cuerpo le pedía un acto sencillo de nutrición. No te enfades porque el orden dure poco porque el caos les relaja. No te enfades porque la naturaleza tira lo que tú has interpuesto en su camino.

Disfruta de que tienes familia, de que comparten tu plato y tu espacio y perdona a la naturaleza que te ofrece otras compensaciones. Y si al final te has enfadado, perdónate a ti mismo porque es tú genética y aprende a gestionarte la próxima vez. Mucho hygge.

No hay comentarios:

Publicar un comentario