lunes, 2 de noviembre de 2020

La nueva infelicidad se toma con té.



¿Qué hace un gurú de la felicidad cuando el mundo ha dispuesto contra él una pandemia de dimensiones catastróficas que satura los medios de comunicación, quita a la gente las ganas de leer y de hacer otra cosa que no sea lo que pronto volverá a estar prohibido?

Difícil lo tiene, que duda cabe. Aplicarse los principios de no envidiar el hygge ajeno, no dar lugar a que otros te envidien, apreciar aquello que recuerda al hogar, disfrutar las cosas simples, apreciar el sol y la luz que nos envuelve, participar de la rutina de llegar a casa y encontrar un rincón junto a la chimenea, con manta y chocolate caliente y un gato con ganas de que su humano le proporcione una dosis generosa de mimos. Y pensar que la felicidad es eso y eso es suficiente. Pero nos invade un desasosiego inmenso. Y toda la compostura se pierde. 

¿Y qué? Los seres humanos también participamos de lo negativo. Quién sabe si lo más hygge ahora es algún modo de resiliencia que nos conduzca  a través de lo absurdo sin temor, para que nos perjudique lo menos posible.

Para no levantar envidias hay que vestirse de pesadumbre, transmitir incertidumbre, hablar de conspiraciones y alimentarse de desconcierto. La felicidad de la nueva normalidad está en ser infeliz. 

Y si no es así, siempre quedará el té. 

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